Publicado en Caras y Caretas

Por Boyanovsky Bazán
@hachebbazan

El presidente argentino –y por extensión el gobierno– tiene la particularidad de observar un hecho y entenderlo de manera opuesta. Como cuando considera vivo a un ser muerto, o cuando ve repuntar una actividad que se desploma, o bien afirma que los salarios recuperaron poder adquisitivo cuando en realidad lo perdieron; incluso cuando lee índices que bajan, no solo cuando bajan, también cuando suben. En 1984, la monumental novela de George Orwell, el gobierno del IngSoc había impuesto como norma el “doblepensar” (doublethink), un ejercicio voluntario de la mente consistente en asumir algo distinto de lo que el entendimiento arrojaba frente a la observación de un hecho determinado. Ese algo distinto era particularmente conveniente a los postulados que imponía el gobierno en su hegemonía. En el doblepensar, el doblepensante observa y comprende A, pero su mente anula A y, en cambio, postula B. Ambos conceptos están en la mente, pero esta se inclina por el que “debe”, que no es el que corresponde según el entendimiento, por ejemplo, que dos más dos son cuatro, sino a lo que está legalmente, moralmente, política y culturalmente impuesto. Si eso es cinco, dos más dos será cinco. Volveremos sobre esto más adelante. 

En su búsqueda por responder sobre la condición del alma y el origen del libre albedrío, los filósofos medievales trabajaron sobre las potencias humanas y establecieron una separación entre el entendimiento y la voluntad. Entre los llamados “voluntaristas”, el más extremo, acaso, fue el escocés Juan Duns Escoto (1265-1308), el “doctor Subtilis”. Escoto planteaba que el alma humana se compone de dos potencias o capacidades. Una potencia natural, el entendimiento, y otra potencia libre, la voluntad. Esta última actúa contingentemente, es decir, puede actuar o no actuar, y tiene la capacidad de elegir algo o su opuesto en una sucesión de tiempo. A la vez, y esto es lo más importante, tiene la opción de inclinarse por algo o su opuesto en un mismo instante. Sin embargo, para que la voluntad decida libremente sobre A o no-A, necesita primero tener el conocimiento de uno y otro, y para esto se vale del entendimiento, ya que no se puede decidir sobre lo que no se conoce. A diferencia de la voluntad, el entendimiento no escoge, solo comprende, de forma natural. La realidad se presenta ante sí y la comprende, sin cuestionárselo, por supuesto que en base a su propia formación y experiencias. Es decir, puede equivocarse, pero esa equivocación no es producto de una decisión, sino en todo caso por falta de conocimiento específico. Ahora bien, si conoce que dos más dos es cuatro, al observar dos más dos o al contar cuatro elementos que tiene frente a sí, concluirá en cuatro, sin que haya sobre eso el menor cuestionamiento. Luego, con esta información, la voluntad puede o no actuar, ahora sí, libremente. Pero no intentará torcer el entendimiento. Por eso, cuando un alma es obligada a hacer algo que no quiere, lo es por quebrar su voluntad. Esto se puede lograr mediante la persuasión (alguna vez hablaremos del sofista Gorgias y el poder del discurso), el chantaje, la extorsión o la tortura. Retomando el ejemplo de 1984 (¡alerta de spoiler!), el protagonista, Winston Smith, es sometido a una sesión de torturas en la que termina por convencerse de que cuatro dedos son cinco. No le resulta fácil. “Estás mintiendo”, le dice el torturador que exhibe su mano, cuando Winston responde lo que sabe que tiene que responder, “cinco”, pese a que ve cuatro dedos extendidos. La sesión debe continuar hasta que el torturado se convenza de que aun viendo cuatro, “ve” y entiende cinco. Es decir, en ese caso extremo y dramático, los torturadores no quebraron su voluntad, quebraron su entendimiento (fin del spoiler). 

El maligno o el mundo según LLA

¿Será que una fuerza maliciosa y malintencionada quebró o engañó el entendimiento de nuestros actuales gobernantes, provocándoles asumir cosas que no son y que cualquier otra potencia natural asumiría sin mayores inconvenientes? 

Algún poder misterioso les hará ver las “cosas que son” (tá onta, dirían los griegos) como cosas que “no son”. Y hablando de griegos, fue Parménides el primero en establecer que el no-ser no es posible ni cognoscible. Algunas mentes parecen desafiar esos principios basamentales. O será que abrevan en una suerte de “doblepensar” a la carta, o como en el también orwelliano Ministerio de la Verdad, eliminan de los registros y relatos aquellos elementos que no cierran en su esquema, como el zurdo Diego Armando Maradona. Quizás apenas sea un echar mano a falsedades con el objeto de distraer de problemas que sí existen y no quieren asumir. Que son aficionados a instalaciones discursivas es evidente: entrevistas que parecen guionadas y realizadas en laboratorio en condiciones controladas de presión y temperatura (e iluminación); preguntas vetadas en las conferencias de prensa oficiales, donde ahora vemos preguntadores que hacen afirmaciones amigables al gobierno y que culminan imprimiéndole un conveniente tono interrogativo; hordas de tuiteros (¿x-eros?) escribiendo el “twitter de Yrigoyen”… 

“El partido te dice que rechaces la evidencia ante tus ojos y oídos”, retrata Orwell. 

Cuando la hegemonía se disfraza de contrahegemonía enarbola las banderas de quienes la han combatido a lo largo de la historia. La de la libertad es la más usada por la dirigencia gobernante. A tal punto han manoseado el concepto que asumieron la libertad de imponer que dos más dos es cinco y que toda voz en contrario proviene de interesados, ensobrados, imbéciles, ignorantes o ciegos que ven alguna cosa que ellos sí.  

El personaje de 1984 había encontrado una respuesta para proteger su integridad mental ante el asedio del gobierno totalitario que lo sometía, y que el genial Orwell parece ofrecernos como aprendizaje. Winston había alcanzado a escribir en su diario personal: “Libertad es la libertad de decir que dos más dos son cuatro”. 

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