Publicado en Caras y Caretas
Fuera cierto o no que la economía experimenta un leve repunte, en V, en U, en L acostada o como fuera, que algunos precios hayan detenido su ascenso meteórico e, incluso, caigan; que algunas empresas hayan “asumido” que la etapa exige ciertas concesiones en pos del bien común, fuera cierto o no (quien escribe cree que no), cualquier mejora que se pueda percibir en la economía, sobre todo en la economía doméstica, tiene el sabor amargo y falso de un Sócrates experimentando un placer fugaz tras dejar de padecer un dolor agudo, en momentos previos a su muerte. Es decir, hablar de que la situación económica atraviesa una etapa favorable y de que valió la pena el esfuerzo y ahora sí se va a disfrutar de los beneficios de estas políticas es tan falso como absurdo. No hay manera de asimilar como beneficio el mínimo freno o recorte de un largo y extremo padecimiento. En términos económicos, atribuir la disminución de la aceleración de precios, que los incorpóreos tuiteros presidenciales se arriesgan a calificar de histórica gesta deflacionaria, a una política económica acertada, y más aún, pretender que eso llevará jolgorio y tranquilidad a los consumidores de bolsillo depreciado es cuando menos insultante.
La aceleración de precios se frenó, es cierto, pero luego de una escalada violenta y destructiva que acompañó a la trepidante inflación que en cinco meses superó el 100 por ciento, con un valor interanual cercano al 300, y en casos segmentados, cabalgó muy por encima. Sobre todo en el sector alimenticio. Mientras adolescentes lanzados a la vida se extasían con la revelación de que existen descuentos en la segunda unidad y ofertas relámpago, productores y supermercados anuncian ahora heroicos congelamientos por unos meses, justo cuando la recesión forzada empieza a reflejar la incapacidad de compra (según CAME, una caída acumulada del 18,4 por ciento) que ya de por sí aquieta esos precios que juran congelar. Corajudo, para referir a una de estas promociones, lo que se dice corajudo, habría sido congelar precios en enero o febrero, en plena escalada especulatoria. Bajar hoy el 1 al 5 por ciento de un valor que en pocos meses se triplicó o contemplar una inflación en torno a 10 por ciento después de que los “elevados” precios de diciembre hoy son un sueño idílico no parece muy positivo para la economía doméstica ni ser motivo de festejo.
Sócrates y el placer
Se nos asemeja, como decíamos, al placer que experimentaba el viejo Sócrates cuando le quitaron los grilletes en el calabozo donde aguardaba la sentencia a muerte por la que había sido condenado en Atenas, en 399 antes de Cristo.
Relatado por Platón en el diálogo Fedón, el filósofo, ya un anciano de 70 años, rodeado de sus discípulos, se dispone a discutir sobre la inmortalidad del alma y su preparación para dejar el mundo terrenal. Falta poco para que tome la cicuta que lo llevará a la muerte, según lo condenó el tribunal de la ciudad, pero está tranquilo y seguro de sí. Entonces, después de que se retira el carcelero que lo liberó de sus cadenas, se sienta en el lecho y frotándose la pierna dice: “¡Qué extraño, amigos, suele ser eso que los hombres denominan ‘placentero’. Cuán sorprendentemente está dispuesto frente a lo que parece ser su contrario, lo doloroso, por el no querer presentarse al ser humano los dos a la vez; pero si uno persigue a uno de los dos y lo alcanza, siempre está obligado, en cierto modo, a tomar también el otro, como si ambos estuvieran ligados en una sola cabeza”.
Podríamos parafrasear a Aristóteles para considerar que el dolor de Sócrates no existía antes de ser implantado en sus miembros; había sido generado desde un no-dolor. Por eso, su padecimiento era externo a sus deseos y fines. A su realidad previa y sus expectativas. El pequeño placer experimentado tras la interrupción del dolor no era más que un alivio circunstancial que no eliminaba el registro anterior del dolor ni las consecuencias físicas y psíquicas que pudiera haber causado. Y lo que está ocurriendo con la economía es aún peor: en lugar de cortar la presión de los grilletes, simplemente se los aprieta un poco menos. Difícil es asimilar, entonces, un momento de dicha solo porque el dolor pasó de muy intenso a intenso. Eso sin apelar a la realidad que vivía el protagonista de nuestro texto. No solo estaba a punto de tomarse un brevaje mortal, sino que iba a morir endeudado. Recordemos que su último pedido fue devolver un gallo a Esculapio.